El pan es y ha sido siempre un alimento básico de nuestra dieta. El pan ha acompañado al ser humano desde la prehistoria. Más o menos desde que nuestros primitivos ancestros pasaron de ser nómadas a sedentarios e introdujeron los cereales en su alimentación.
Cada cultura elaboraba pan con el cereal más abundante de su zona. Por eso, en Europa consumimos, sobre todo, panes elaborados con harina de trigo. Pronto fue un elemento imprescindible de la dieta gracias a su fácil y económica preparación, que lo convirtieron en un ingrediente asequible incluso para los hogares más humildes.
Con el tiempo, y el descubrimiento de las levaduras y otros granos, el pan se fue pareciendo, cada vez más, al que consumimos ahora. Asimismo, se empezó a sacar provecho de todos sus derivados, dando lugar al pan rallado.
Su receta no es más que una de las primeras recetas de aprovechamiento de la historia de la humanidad. Nuestros antepasados tenían muy claro que la comida no se tiraba, de ahí la idea de darle una segunda vida al pan. Y así es como el pan rallado se convirtió en un ingrediente tan característico de nuestra cocina, permitiendo rebozar carnes, pescados y verduras para hacerlas más crujientes y sabrosas.
El paso de los años no ha hecho más que reafirmar la importancia de este ingrediente en las gastronomías de todo el mundo, dando lugar a panes rallados más elaborados y sofisticados. Y ahí es donde Frumen fue pionero en nuestros país, siendo el primero en fabricar pan rallado para después rallarlo. Algo que no sólo garantiza a los consumidores una mayor higiene y calidad del producto, sino una oferta de panes rallados mucho más variada, un pan para cada necesidad (rebozar, espesar, empanar, etc).
Está claro que sin el pan rallado habría recetas que no serían lo mismo. ¿Qué decir, si no, de las croquetas o el cachopo, de los que tanto hemos hablado en nuestro blog? Hoy os traemos dos recetas de fuera, que sin pan rallado, no tendrían razón de ser: el schnitzel austríaco y el cordon bleu francés.
Schnitzel
O filete al estilo vienés. Es uno de los platos más conocidos de la gastronomía austríaca y muy popular también en la vecina Alemania. La receta original se prepara con escalopes de ternera que se ablandan golpeando la carne con un mazo. Cada filete se pasa por harina, por huevo batido y por pan rallado sazonado con pimienta negra o con especias; para, a continuación, freírse. Lo más habitual es acompañarlo de patatas asadas, fritas o en ensalada.
Cordon bleu
Esta famosa receta francesa es ya un clásico de la cocina internacional. Se trata de filetes finos de pechuga de pollo rellenos de lonchas también finas de jamón york y queso. El conjunto se reboza con harina, huevo batido y pan rallado, y se fríe. La combinación de pollo crujiente con queso derretido es deliciosa y suele ser un éxito asegurado cuando se prepara para los más pequeños de la casa.
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