La cocina casera ha adoptado una infinidad de técnicas y recetas de la alta cocina, entre ellas, el crujiente.
El origen del crujiente es un postre: una fruta horneada con una cobertura crujiente de mantequilla, harina, avena, azúcar moreno y algunas especias como canela o nuez moscada. Sin embargo, y como ocurre habitualmente en la cocina, la receta ha evolucionado hasta convertirse en una sofisticada guarnición de platos salados.
El crujiente, además ser un complemento muy divertido, son el acompañante perfecto de cremas, purés, carnes, pescados y ensaladas. Aportan diversidad al plato, contraste de texturas y un toque de originalidad para el emplatado.
Cualquier alimento sólido puede ser susceptible de convertirse en un crujiente. Así, tenemos crujientes de pan, ideales para acompañar sopas y purés como sustituto de los picatostes o como pan de apoyo en tapas y pintxos, dando lugar a una presentación más original.
También encontramos crujientes o chips de patata muy utilizados como guarnición de carnes y pescados, al igual que los crujientes de verduras con base de alcachofa, zanahoria, puerros o pimientos asados.
El crujiente de queso se utiliza mucho en la alta cocina está hecho de queso parmesano, curado o de cabra. Es sencillo de preparar y combina casi con cualquier plato. Para la elaboración de 5 crujientes, mezclamos 100 gramos de queso con dos cucharillas de Pan Rallado Frumen Clásico o Frumen con Especias si queremos darle un toque de sabor extra. Ponemos la mezcla en la bandeja del horno creando una fina capa. Horneamos durante 5 minutos a 180 º y… ¡listo, ya podemos disfrutar de nuestro crujiente de queso!
Importante: si quieres moldear el crujiente, debes hacerlo cuando todavía esté caliente, cuando la masa se enfríe ten cuidado al manipularla porque se puede romper con facilidad.
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